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A la Luz de los Mechurrios

Siluetas nocturnas de Chimeneas de Gas, tambien llamadas Mechurrios

Por el parabrisas ahogado por la lluvia él veía borrones de los focos de automóviles viajando a velocidades imposibles; yendo y viniendo, luces blancas, rojas y naranjas, yendo y viniendo al ritmo frenético del limpia parabrisas. Rugía, silbaba y roncaba la carretera como un millar de entes infrahumanos. Un espectáculo agobiante y tortuoso apenas ahogado por el aislamiento del vehículo, una orquesta estridente cuyo sonido penetraba como agujas en los tímpanos, y oculto tras toda esa vorágine de almas en pena, él pudo ver a "Aquello" aproximándose, cada vez más cerca y más hambriento.

Él aceleró lo más que pudo para alejarse del ruido, que fue atenuándose paulatinamente, y estar más lejos de "Aquello". Dudaba de si saldría vivo de la persecución, menos aun con aquel diluvio; el auto era tanto su refugio como su ataúd. No solo la lluvia caía a raudales sino que de forma extraña, con rabia o resentimiento. Todo a su periferia parecía haber sido engullido por un lobo rabioso: oscuro, violento, asfixiante, húmedo y claustrofóbico.

Por el retrovisor, más allá de los focos de los autos, vio "Aquello" aproximarse. Acercó el rostro al parabrisas para identificar mejor las señales, pero no eran más que borrones que desaparecían a la velocidad de la luz. El terror le apretaba la garganta hasta que decidió detenerse definitivamente y observar mejor. Una docena de autos pasaron pitando coléricos mientras él intentaba identificar las señales. Por un breve segundo vio el retrovisor y "Aquello" se acercaba. Pudo identificar la palabra "Salida" en una señal a su derecha, así que continuó la marcha como alma que lleva el diablo, siendo acribillado por cientos de pitidos y rugidos bestiales de los otros autos.

El camino que tomó lo condujo hasta lo que parecían las afueras, tras de si dejó la infraestructura citadina para adentrarse en una llanura de hierba alta interminable, como un mar a media noche. La lluvia parecía ser menos copiosa por esos lares, llegando a ser solo una llovizna; seguía siendo oscuro, pero más tranquilo. Aparte de los focos del vehículo, desperdigados a lo largo del horizonte se podían ver los mechurrios que pertenecían a lejanos complejos petroleros, encendidos como soles agonizantes. Él volvió a revisar por el retrovisor y "Aquello" ya no estaba a la vista, quizá lo había dejado de seguir. Pudo al fin relajarse por un momento y simplemente disfrutar del paseo a ningún lugar.

Mientras procedía a encender la radio, un estruendo seguido de la violenta agitación del vehículo lo alarmaron. Se puso a revisar el panel por si era la gasolina, el aceite o la temperatura, pero todo parecía perfecto. El vehículo fue perdiendo la velocidad hasta detenerse en una cuneta. Dentro del vehículo completamente apagado él se debatió entre quedarse seguro dentro del auto o salir a inspeccionar lo que pasaba. Eligiese lo que eligiese "Aquello" llegaría a él si no avanzaba, así que salió.

La oscuridad era asfixiante, ni siquiera los mechurrios hacían la suficiente luz para ser de ayuda. Abrió el maletero del vehículo y tanteando fue sacando cosa tras cosa que no reconocía hasta dejar el maletero vació. Revisó en los asientos traseros por si encontraba una linterna, un teléfono, lo que sea que diera algo de luz. Entonces los matorrales empezaron a moverse...

Desesperado, buscó y rebuscó en los asientos traseros, en los delanteros, otra vez en el maletero, pero nada. La hierva larga sonaba cada vez más. Él cerró todas las puertas del vehículo e intentó volver a encenderlo una y otra vez, pero la maldita maquina simplemente no quería funcionar. A lo lejos se oyó un golpe a una rama y un ave alzando el vuelo, los matorrales se movían con aun más violencia. Un fuerte golpe seco sonó sobre el techo del vehículo, él alzo la vista y...

En aquella noche aciaga, una pareja que iba de paso por la carretera desierta avistó un auto aparentemente accidentado a un lado de la carretera, alumbrado apenas por los mechurrios. Aparte de tener un montón de cosas desperdigadas a su alrededor y una extraña abolladura en el techo, estaba perfectamente. Pero no había el más mínimo rastro de su dueño, como si el viento se lo hubiese llevado.

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