Mi prima María cuenta esto en pocas ocasiones, prácticamente cada lustro, cuando tiene el suficiente alcohol en el sistema como para que su lengua se suelte, pero no demasiado como para que solo diga incoherencias. Pocas personas recuerdan el relato que cuenta debido a que, por lo general, están alcoholizados al punto de la amnesia. Hasta donde sé, solo yo y un puñado más de la familia, los pocos que no somos tan asiduos a la bebida, recordamos la historia, la mayoría a medias. Yo me puse a indagar un poco más para rellenar los huecos. Juntándolo todo, va un poco tal que así:
Aquella noche, hace como 15 años, Maria llegó a la casa de su entonces amiga Gabriela junto a las demás chicas de su grupo para la pijamada que llevaban semanas planificando. Las niñas fueron en la camioneta Cherokee del papá de una de ellas, que era conducido por su madre. Era el único vehículo capaz soportar tal contingente de personas y sus equipajes. Llovía como si el cielo se les cayera encima, pero nadie más que la conductora estaba preocupada por eso, las chicas se encontraban disfrutando de la música a todo volumen mientras se peleaban entre ellas lanzándose juguetonamente algunas de las chucherías que habían traído para la velada.
La casa de Gabriela era tan grande que estaba a dos cuartos más de ser una mansión, o al menos eso decían sus amigas. Espaciosa y ostentosa, dos pisos, 4 baños, 5 habitaciones, una para los padres, una para cada hermano de Gabriela, Andres y Santiago, una para Gabriela y otra para huéspedes. Con un porche techado con muebles para pasar el rato y plantas ornamentales, garaje para dos carros y un patio trasero en donde estaba una modesta churuata, el lugar favorito del padre de Gabriela, el Profe Armando.
Armando Gonzales Prieto se llamaba así mismo "profesor" aún cuando tenia años sin ejercer la pedagogía y esta no fuera el origen de su modesta fortuna. Él era el presidente de la junta directiva y dueño del instituto al que Gabriela, Maria y las demás niñas asistían, la entonces Unidad Educativa Privada "Cruz María Salmero Acosta". El "Cruz-Maria" era conocido como "El Colegio Milagro", pues había pasado de ser una institución decadente a punto de cerrar a uno de los colegios más prestigiosos del estado y casi que del país en un espacio muy reducido de tiempo, todo gracias a la gestión Armando.
Habiendo ejercido como profesor de literatura en los años en que el instituto era llamado U.E.P. "Villa de Los Angeles", tras retirarse del colegio y sacar tanto el doctorado como el postdoctorado, fue llamado de vuelta para ejercer como director. La medida era un movimiento desesperado del antiguo dueño, Don Ignacio Ramírez, que buscaba darle un nuevo aire al colegio, que ya estaba en sus últimas. Armando aceptó "ingenuamente", según él mismo relataba, pensando que al colegio solo le hacia falta un poco de su toque. Con el tiempo entendió que el verdadero problema radicaba en otro sitio...
Don Ignacio era un desastre como administrador y negociante, al menos en sus últimos años. Otrora su perspicacia y sabiduría le habían ayudado a granjear su fortuna mediante un puñado de negocios diversos, desde la construcción, pasando por la farmacéutica, y hasta el mismo colegio de "Villa de Angeles". Todo ello había desaparecido para cuando Armando le conoció, había sido vendido o llevado a la quiebra, y solo el colegio permanecía, aunque a duras penas.
Las razones de la decadencia eran la falta de fondos, producto del escaso alumnado, que mermaba con cada año escolar. El "Villa de Los Angeles" tenia que competir en su zona contra los otros colegios privados que, aunque más caros, eran mucho más modernos y prestigiosos; y contra los colegios públicos, con mucho menos prestigio, pero completamente gratuitos y amparados por el estado.
Cuando Don Ignacio llegó buscando refugio económico en el colegio, chocó de lleno contra el entonces director, el Dr. Augusto Ponce, dándose así una suerte de guerra civil dentro de la institución, con algunos trabajadores y profesores aliándose con el director y otros con Don Ignacio. Este último resolvió realizar un golpe fulminante destituyendo al director para colocar a otro subordinado a sus mandatos, siendo Armando el candidato ideal.
El cambio no fue bonito ni sencillo, Armando tuvo que tragarse insultos y amenazas del otro bando cuando, a sus ojos, él solo estaba haciendo lo que le pedían hacer, sin asuntos personales de por medio. Desconocía los entresijos truculentos de la rencilla entre los dos hombres, como que el Dr. Augusto había sido ex esposo de una de las hijas de Don Ignacio, que estaba en disputa legal la casa en la que vivía y que si perdía el caso, el director quedaría prácticamente sin hogar, por lo que lo único seguro que aún tenia era el colegio. Todo eso, claro, no era de incumbencia de Armando, él solo estaba para cumplir su papel.
Contra viento y marea, la transición se completó satisfactoriamente. El Dr. Augusto tuvo que recoger sus cosas y retirarse no solo de la institución, sino además de su casa, pues al ya no tener trabajo, ya no podía pagar a sus abogados de divorcio, por lo que perdió el caso, viéndose obligado a vivir junto a una de sus hermanas. Muy en el fondo Armando se sintió culpable al respecto. A pesar de que no fue el causante directo de la desgracia del Dr. Augusto, el hecho de haber sido participe y le pesaba en el alma.
Cuando Armando tomó la Dirección, a la institución se le dio un lavado de cara completo, cambiando de logo y de nombre, rebautizado como "Cruz María Salmero Acosta", en honor al poeta favorito de Armando. En un principio todo parecía andar bien. Las cosas fluían en armonía, Don Ignacio se encargaba de la parte económica y Armando de la educativa. La estabilidad y el renacimiento del colegio se podía vislumbrar en el horizonte.
Pero las fricciones comenzaron a darse al transcurrir un año. Don Ignacio empezó a meterse cada vez más en los asuntos educativos, contraindicando las ordenes de Armando y exigiendo cambios que, para cualquiera con un mínimo de conocimiento de como funcionaba cualquier institución educativa, resultaban absurdos. Le exigía tanto a los trabajadores como al alumnado lealtad y obediencia a niveles escalofriantes. Se cuenta que, mientras los alumnos cantaban el himno en el patio, él se posicionaba a un lado de la puerta de entrada al edificio, y cuando los niños terminaban de cantar e iban en fila al interior del recinto, tenían que decir "Bendición, Don Ignacio" cuando pasaban al frente suyo, de lo contrario él los citaba a la oficina de la dirección, donde Armando tenia que hacer la pantomima de amonestarles. También realizaba fiestas al finalizar las clases en el colegio muy seguido. Fiestas con alcohol, con alumnado aún presente. Era muy voluble y de ego delicado, con frecuencia exigía que las maestras de primaria cambiasen de salón o que las instructoras del liceo fuesen movidas a otro departamento, todo con tal de no verles la cara tan seguido. Esto provocó que en un lapso, tres profesoras distinta se hicieran cargo del departamento de cultura, rompiendo toda planificación y creando un desastre logístico que, para entonces, ya era pan de cada día.
Aunque quizá lo más insufrible era lo financiero. Un numero considerable de alumnos se encontraban estudiando prácticamente gratis, todo porque sus padres eran "amigos" de Don Ignacio, que les regalaba el cupo y subvencionaba el año escolar. Esto era especialmente insoportable para Armando, ya que por un lado Ignacio le exigía que usase mano dura contra los padres morosos, pero a su vez desestimaba las acciones contra sus amigos. Por la volubilidad de Ignacio, era relativamente fácil lograr su amistad, solo hacia falta el alabarlo un poco, regalarle un par de botellas de whiskey, y ya tenias un cupo gratuito para todos tus hijos e hijas en una escuela privada.
En ese toma y daca estuvieron Armando e Ignacio por dos años. La esposa de Armando, Johanna, recuerda esos días con mucha amargura. El hombre que por lo general era tranquilo y risueño, se había tornado ansioso y furibundo. En cada ocasión que él y Don Ignacio se encontraban, discutían, se insultaban, se decían de todo. Ignacio menospreciaba los logros académicos de Armando y en más de una ocasión había sembrado la duda de que quizá habría comprado sus títulos en lugar de ganárselos. Todo ello empeoró cuando dicha duda permeó a los espacios académicos de la universidad, con colegas cuestionando las investigaciones y aportes de Armando.
El estrés se había clavado como una flecha dentada en su corazón. No dormía por las noches y de forma seguida la comida le caía mal y sufría de acidez, diarrea o hasta vómitos. El punto critico fue cuando, en una discusión con su hijo mayor Santiago, Armando le propinó un golpe que le dejo la nariz sangrando. Inmediatamente el hombre se deshizo en llantos y suplicaba el perdón a su hijo, mientras Johanna no veía otra alternativa más que irse de la casa con todos sus hijos para evitar más altercados similares.
La señora Johanna cuenta que a lo mejor fue en ese tiempo a solas que Armando planificó su venganza contra Don Ignacio.
El plan era sencillo en esencia: arrebatarle al viejo su puesto como Presidente de la Junta Directiva y la potestad sobre el colegio. El ponerlo en practica, en cambio, no lo fue tanto. Armando tuvo que suprimir sus ánimos, jugar a ser servicial con el viejo y ganarse su buena voluntad, a su vez que hacer alianzas con los demás integrantes de la junta directiva de forma discreta, sin que el Don se diera cuenta. Buscó codearse con los más importantes representantes del ámbito educativo del estado, llegando a hablar hasta con el mismísimo gobernador. Hizo tratos con algunos funcionarios públicos y colegas regalándoles cupos para sus hijos y puestos de trabajo en la institución a cambio de favores. Por todo un año, Armando se volcó de lleno en el trafico de influencias y el nepotismo, dos cosas que despreciaba como nada más en el mundo. Él nunca se sintió orgulloso de lo que hizo, iba en contra de sus principios y creyó toda su vida que quizá si existió otra forma más ética de lograr lo que se proponía; pero, según confesó una vez, estaba tan desesperado y tan cegado por la rabia que no veía otra alternativa.
El momento del golpe llegó de sorpresa. A Don Ignacio le había dado un Accidente Cerebro-Vascular (ACV) y fue internado de emergencia en un hospital de la capital. Ante tal ausencia, Armando movió ficha: le indicó a sus contactos más adinerados que comprasen acciones del colegio a mansalva, a su vez que pedía prestamos para comprar él mismo algunas acciones, adueñándose de forma agresiva del colegio. Mientras el viejo Ignacio se encontraba convaleciente en una cama de hospital, Armando era nombrado nuevo Presidente de la Junta Directiva, y su primera acción en el cargo fue expulsar a Ignacio de la junta, proponiéndole una compensación económica paupérrima a cambio de sus acciones. No fue Ignacio el que aceptó el trato, sino su hija, el viejo había perdido la capacidad de hablar debido al ACV. Se cuenta que murió un año después, sin haber visto un solo céntimo del dinero, pues su hija se lo había quedado todo.
Armando nunca se perdonó eso. En retrospectiva vio su actuar como innecesariamente cruel y desalmado. Intentó compensar colocando como director al Dr. Augusto, a su vez que realizó varias reformas al colegio. Puso en cintura a los padres morosos y compensó a sus colaboradores en la toma del colegio. Cuando el influjo de capital fue lo suficientemente considerable, renovó la institución, modernizó los salones y la cancha. Creó laboratorios modernos para los departamentos de Química, Física y Biología. Mandó a construir un anfiteatro escolar para realizar eventos y obras. Subió el salario de los trabajadores y profesores. Junto con el director Augusto, promovieron el talento estudiantil, participando en diversos eventos Inter-escolares. Sacó provecho de sus contactos con la gobernación para promover no solo su colegio sino todo los demás colegios circundantes, creando una suerte de alianza de colegios privados.
Era amado por todos, trabajadores, profesores, padres y alumnos por igual. Sin siquiera exigirlo o pedirlo, los niños le pedían la bendición siempre que le veían. Algunos padres incluso le pidieron ser el padrino de bautizo de sus hijos...
Pero quien más lo amaba, más allá de la admiración e introduciéndose peligrosamente en el terreno del deseo, era la joven Maria.
La entonces quinceañera se había encaprichado con el señor cuando este se presentó en uno de los ensayos del Club de Teatro. Armando amaba el teatro, y no ocultaba su favoritismo con el club, era al cual le daba más presupuesto para que siguiese funcionando. De vez en cuando se paseaba por el anfiteatro estudiantil para ver a los alumnos ensayar, charlaba con el director de teatro y daba indicaciones a los alumnos para que mejorasen sus actuaciones. Ese día en particular había quedado encantado con el talento de María.
Mi pobre prima María viene de una situación familiar, digamos, "complicada". Mi tía Remedios se había casado y divorciado tantas veces como dedos tenia su mano diestra, y la niña no tenia una buena relación con ninguno de los Ex. Todos, sin excepción, eran hombres vulgares y violentos, mi tía Reme tenia gustos atroces. María había crecido con la idea de que todos los hombres eran así, agresivos y guiados por su libido, no muy distintos a animales. Nunca tuvo pruebas de lo contrario, los chicos que le pretendían por su belleza juvenil eran, a sus ojos, brutos que solo pensaban con las gónadas. Le silbaban para que fuera con ellos como si ella fuese un perro, y le insultaban si no respondía.
Aquel día, sin embargo, tuvo una perspectiva diferente cuando vio a Armando llorar, conmovido por su actuación. La visión de aquel padre de familia, que le triplicaba la edad, soltando lágrimas como un niño, le enterneció el corazón. El oír como daba sus opiniones y consejos sin un rastro de condescendencia o superioridad hizo que le tuviera respeto. Y su humor tonto, su actitud jovial y la calidez de su sonrisa le hicieron caer enamorada por completo.
El Crush de Maria sobre el Armando era un secreto a voces. La chica no lo ocultaba, y sus amigas siempre bromeaban al respecto. Solo guardaba discreción ante el propio Armando, su hija Gabriela, que era su amiga, y especialmente con los profesores, ya que sabia que si le descubrían, le darían la cháchara de que era muy joven, que no es correcto y blah blah blah.
A ella le encantaba el que fuese un "amor prohibido", hacia que la adrenalina recorriese su torrente sanguíneo constantemente. Podría estar simplemente caminando junto Armando mientras este hablaba sobre sus autores favoritos y ella fingía que estaban en una cita, que ya eran pareja. La idea le hacia sentir que levitaba en el aire. No le parecía un problema el sentir lo que sentía por Armando. Según ella, dejando de lado lo de la edad, Armando era un hombre perfecto en todos los sentidos.
Pero Armando era de todo menos perfecto. Era un hombre decente, si, pero atormentado. Los años de estrés con Don Ignacio habían pasado factura y su constante estado de alerta no le abandonaba. Había vuelto con su esposa e hijos, compró una casa nueva en el barrio más exclusivo de la ciudad, le dio a sus hijos y esposa todo lo que alguna vez habían soñado. Vivian en paz... pero el Armando alegre que recordaban había desaparecido por completo.
Lo que tenían en casa era una sombra que deambulaba como una ánima en pena. Seguía sin dormir, seguía sentándose en silencio en la sala a solas, rumiando sus pensamientos, hablando solo. Tenia pesadillas, hablaba dormido pidiéndole perdón a Don Ignacio por haberle arrebatado todo mientras moría lentamente, y despertaba llorando. Desarrolló complicaciones cardiacas, había momentos en que sentía que su corazón latía tan rápido que lo que oía era un zumbido, otras veces se espantaba al no encontrase el pulso, pensando que había muerto en vida.
Intentaba dar la impresión de normalidad ante sus hijos, pero no podía hacer lo mismo con Johanna. Los roces entre ambos se acrecentaban día tras día. Armando aun le recriminaba el haberlo abandonado en su momento más bajo, mientras ella le reprochaba su cambio tan hostil. Se llegó a un punto de no retorno y decidieron cortar por lo sano, mantener la pantomima de una familia unida hasta que todos sus hijos fuesen universitarios y llevar a cabo el divorcio entonces, sin dramas y ni rencores.
No tomaron a sus hijos por tontos, sabían que todos ellos eran lo bastante maduros para entender, así que les contaron. Obviamente el malestar fue inevitable, sobre todo de parte de Gabriela, quien se marchó de la sala llorando y escupiendo maldiciones, pero tras ser consolada por su padre, al final fue capaz de aceptarlo de mala gana.
El trabajo era, irónicamente, el lugar de descanso de Armando, donde podía distraerse y no pensar sobre su pasado y presente. Solo ver a los niños ir y venir, ayudar y recibir su cariño fraternal, que era un bálsamo para su alma rota.
Pero tal oasis de calma se desquebrajó cuando María hizo "su movimiento".
La decisión de hacerlo vino cuando se enteró del inminente divorcio de los padres de Gabriela. La hija de Armando se estaba desahogando con su amigas, a lágrima viva, mientras ellas intentaban consolarla. María también estaba consolando a su amiga de buena fe, pero a su vez dentro suyo tenia el presentimiento de que esta era su oportunidad de sembrar la posibilidad de ser la siguiente pareja de Armando en un futuro. Se pasó las siguientes semanas planificándose y tomando el valor para hacerlo. Decidió elegir un viernes y tomar como excusa para estar a solas con él la próxima obra de la escuela: una adaptación de Romeo y Julieta, para la cual obviamente había logrado hacerse con el protagónico. Le pidió a Armando que le asistiera con su actuación, dijo que quería ser la mejor Julieta de todas y que solo con su ayuda podría lograrlo.
Estando ambos solos en el anfiteatro, María ensayaba sus líneas mientras Armando le dirigía. La chica hizo el esfuerzo de fingir actuar mal para que la patraña cuajase. Pero Armando no estaba del todo convencido, así que en un momento le dijo a la chica que se tomase el papel en serio e hizo el amago de retirarse. María le rogó que no se fuese y le juró que se estaba tomando el papel en serio. Jaló al hombre por el brazo y le hizo sentarse junto ella en las butacas mientras ella fingía que no entendía como debía leer el libreto y le pedía a Armando que lo leyesen juntos.
Estando ambos uno al lado del otro, hombro con hombro, María hizo el "movimiento", posando disimuladamente su mano en la parte interna del muslo de Armando, cerca de la entrepierna.
Cuando Armando sintió el tacto quedó paralizado. Empezó a balbucear mientras sentía la mano de la chica deslizarse más adentro. De un salto se levantó, apartó bruscamente las manos de la chica, que intentaba retenerlo, y se retiró a paso acelerado del anfiteatro hasta su oficina. No salió de allí hasta que las clases culminaron y todos los alumnos se retiraron; y aun entonces no fue directamente a casa, se mantuvo dando vueltas en su carro por toda la ciudad hasta haber gastado medio tanque de gasolina. Llegó a la madrugada, todos estaban durmiendo. No se dignó a entrar a la habitación con Johanna, así que se quedó dormido en el cuarto de huéspedes.
En los siguientes días, la ausencia de Armando en el colegio era palpable. Ni en el canto del himno, ni en las presentaciones estudiantiles, ni en la puesta en escena de la obra de Romeo y Julieta. Se había esfumado, desaparecido del ojo público. Los alumnos preguntaban a los profesores, los profesores a los de administración y estos a los directivos, nadie sabia nada de él. Ni siquiera Gabriela sabia que pasaba, decía que su padre salía por la mañana a "vete tu a saber donde" y que no volvía hasta bien entrada la madrugada. Mientras todo esto pasaba, Maria era carcomida por la culpa.
La chica se mantuvo en silencio todo ese tiempo. Intentó convencerse de que todo había sido un sueño, pero resultaba inútil. La ausencia del hombre era clara y las posibilidades de que ella fuera la causante eran obvias. No tenia idea de que hacer, no podía confesar lo que había hecho a nadie. Sus amigas, la escuela entera y sobre todo Gabriela la repudiarían de por vida. Su madre la reprendería y seguramente la cambiaria de colegio para evitar más problemas. Estaba aterrada y muy avergonzada, lo único que quería en ese momento era disculparse con Armado y olvidarlo todo.
Aquella pijamada era la oportunidad perfecta para hacerlo. No fue fácil para María convencer a Gabriela de que aceptase ser la anfitriona de la velada, menos aún lo fue para Gabriela el convencer a sus padres de que le dejasen hacerlo. Armando en particular se oponía rotundamente, pero Johanna fue más permisiva, y como el hombre no quería entrar en una pelea, aceptó de muy mala gana.
El motivo o la excusa de la reunión era la "graduación" de las chicas, que pasaban de Secundaria a la Preparatoria. Se coordinaron para que cada una trajera algo: una bebidas, otras chucherías saladas, otra dulces, etc. Pensaban pasar toda la noche viendo películas de terror. Para evitar problemas, los hermanos de Gabriela se fueron a pasar la noche en casa de unos amigos para tener ellos su propia pijamada de hombres, así que en la casa solo estaban las chicas, Johanna y Armando.
Las primeras horas de la reunión fueron bastante convencionales. Mientras las chicas jugaban juegos de mesa, Jhoanna les preparaba pasapalos. Todas parecían estar pasándola bien, menos María, quien estaba visiblemente ansiosa. Miraba a su alrededor con insistencia, daba pequeños vistazos a los cuartos, los baños, el patio. Al final acumuló el valor suficiente como para preguntar a la señora Johanna dónde estaba su esposo. Ella le dijo que no sabia, que había salido a "hacer algo" antes de que ellas llegaran. Se notaba por como lo contaba que estaba irritada y llena de sospecha, algo no le cuadraba. María le agradeció, se retiró y procuró más nunca topársela en lo que quedaba de la noche.
Cuando ya era la hora de la cena fue que Armando volvió a la casa. Las chicas quisieron recibirle de sorpresa, muchas de ellas le tenían en alta estima y extrañaban verle por el colegio. Esperaron en frente de la puerta y cuando esta se abrió gritaron al Unísono "¡Bienvenido!", pero el entusiasmo se fue apagando al ver como estaba el hombre. Parecía un cadáver andante, con los ojos ojerosos, pálido y con la mirada perdida. Le tomó unos segundos el reaccionar a la bienvenida, forzó una sonrisa lo mejor que pudo y saludó a las chicas. Estas fueron a pedirle la bendición y abrasarle una por una, a todas las recibió con gusto, pero cuando llegó el turno de María, se quedó helado. El intercambio de palabras entre ambos fue robótico, el abrazo incomodo, la despedida apresurada. Armando se dio prisa para irse en solitario al patio trasero y pasar lo que quedaba de la noche en la churuata comiendo la cena que Johanna le había guardado.
El resto de la noche prosiguió con un aire extraño en el ambiente. Ninguna de las chicas se expresó al respecto, pero todas sabían que algo no encajaba. Empezaron con la ronda de películas de terror. Sacaron el colchón de la cama de uno de los hermanos de Gabriela y lo colocaron en medio de la sala para acostarse mientras las veían. En las penumbras y con todas las chicas concentradas en la gran tv de la casa, María vio su oportunidad para acercarse a Armando y disculparse.
Sigilosamente, yendo en puntillas, mirando siempre por encima de su hombro, la chica salió de la sala, pasó por la cocina, el lavandero, y con cuidado abrió la puerta al patio trasero y la cerró tras de si. Pudo ver que Armando se encontraba acostado sobre el mueble grande de la churuata, con un libro tapándole el rostro. Parecía estar dormido. María se acercó con cuidado hasta encontrarse al lado del hombre y con delicadeza le agitó un poco para despertarle El hombre despertó en un sobresalto que se transformó en un brinco cuando vio a María. Parecía como si hubiera visto un fantasma. María intentó tranquilizarle, pero este la rechazó rotundamente, apartándola con brusquedad e intentando huir de ella fútilmente, pues la chica le tenia agarrada del brazo. Llegó un punto en que ambos alzaron la voz y, parece ser, llamaron la atención de Gabriela, quien fue a revisar el patio y les encontró discutiendo.
Armando se limitó a entrar a la casa e ignoró las interrogantes de su hija. María intentó hacer lo mismo, pero Gabriela la retuvo sosteniéndole y le interrogó cara a cara. María hizo acopio de sus capacidades de improvisación y se inventó toda una historia que... siendo franco, por mucho que intenté sacarle sentido cuando María lo contó, por el estado en el que estaba, no sonó a nada más que incoherencias. El punto es que Gabriela se lo creyó... o fingió hacerlo. En retrospectiva, es difícil saberlo.
Pese a sus planes de pasar toda la noche hasta el amanecer viendo películas, bien entrada la madrugada, una a una las chicas fueron cayendo en brazos de Morfeo. La única que quedó despierta fue María.
En esta parte de la historia es cuando las cosas se vuelven realmente confusas, porque María comienza a balbucear y a delirar debido al alcohol. De lo poco que pude entender saqué esto:
Por cualquier motivo, María decidió volver a intentar acercarse a Armando. A lo mejor pensaba que, teniéndolo medio dormido, podría sacarle más fácilmente su perdón, o quizá tenia otros planes en mente desde el principio. El punto: ella volvió a escabullirse sigilosamente fuera de la sala pero en dirección a las habitaciones. Sabia que los padres de Gabriela dormían en uno de los cuartos de la planta baja, el que estaba al final del pasillo, así que ese era su objetivo. Se acercó a la puerta y la abrió con sumo cuidado. Con sus ojos acostumbrados a la oscuridad escaneó la habitación, notó un gran montículo y una cola de cabello negro sobre la cama. Era Johanna, pero solo ella, no había más nadie en la habitación. Pensando un poco María dedujo que a lo mejor Armando se encontraba en la habitación de huéspedes en el piso superior, por lo que se encaminó hacia allá.
Las escaleras eran chirriantes. Aún teniendo todo el cuidado del mundo, María no podía evitar hacer ruido. Se movía lenta e irregularmente con el fin de que no se notase que era alguien subiendo o bajando las escaleras, sino la dilatación natural de la madera, conocimientos adquiridos de las clases de Física. Tardó una eternidad en llegar al piso superior, pero tras lograrlo, aceleró el paso al cuarto de huéspedes. Otra vez se acercó a la puerta, la abrió con cuidado, escaneó la habitación y notó el gran bulto sobre la cama, Armando durmiendo.
María entró de puntillas y se acercó al lado del hombre, quien yacía boca arriba. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la chica se quedó observando detenidamente al hombre. Era difícil verle con claridad, identificar sus facciones o verle respirar, pero la chica rellenaba los huecos con su imaginación. Su corazón empezó a latir con fuerza, hacia tiempo que no se encontraba tan cerca de él, extrañaba su compañía. Se arrodilló junto a la cama para verle más de cerca. Tuvo el impulso de jugar con su cabello, pero lo suprimió. Luego tuvo un impulso aún más violento contra el cual no pudo luchar.
Se acercó lentamente al rostro del hombre, aguantó la respiración para no despertarle con su exhalación y delicadamente poso sus labios en los de él. Su primer beso.
No recuerda cuanto tiempo duró, pudieron ser tanto dos segundo como dos horas. Para ella ese momento fue eterno y fugaz a la vez, como un relámpago atrapado en una botella. Ella dice que fue suave y cálido, sintió una corriente recorrer todo su cuerpo desde la punta de sus labios hasta la punta de sus pies, y tal sensación no le abandonó ni cuando dejó de besarle y se retiró rápidamente junto a las chica en la sala. María dice que experimentó el mejor sueño que jamás tuvo después de eso. No recuerda de que fue, solo la sensación cálida que le dejó.
Al día siguiente todos despertaron tarde, cerca del medio. Las chicas se coordinaron para hacer ellas la comida, como agradecimiento a la hospitalidad de la señora Johanna. Hicieron arepas, era lo más fácil de hacer sin volver la cocina un desastre. Cada una se encargaba de una tarea, a María le tocó rellenarlas, a Gabriela servirlas, etc. Todo transcurría con normalidad. Los primeros platos listos fueron los de la señora Johanna y Armando. Johanna fue a buscar a su esposo, quien no atendía los llamados. Subió las escaleras mientras llamaba el nombre del hombre. Sonaba un poco de música en el televisor, las chicas estaban platicando, María no recuerda de que...
El gritó desgarrador de la señora Johanna las espantó a todas. Gabriela fue la primera en salir corriendo hacia ella, seguida de un par de sus amigas. Se oyeron su pasos subiendo la escalera, luego en el piso superior, junto al sollozo desconsolado de Johanna. Otro grito, esta vez de Gabriela, luego su llanto, luego el llanto de las demás chicas.
Armando estaba muerto.
María cuenta que todo fue demasiado extraño e irreal, como si fuese una broma que se alargaba más de la cuenta. Hasta el último minuto ella estaba convencida de que Armando se despertaría de golpe diciendo "¡Sorpresa!" y haciendo a todos enojar. Tal esperanza se desvaneció cuando las autoridades le introdujeron en la bolsa negra y se lo llevaron a la morgue. Ya entonces ella se permitió romper en llanto junto a las demás.
Un paro cardiorrespiratorio, en la madrugada, se estima que entre las 2 y las 4 am. Tras la autopsia e investigar en el record medico de Armando, la familia descubrió que este había sufrido un infarto con anterioridad, cerca de la época en la que aún estaba bajo el yugo de Don Ignacio, cuando Johanna se había ido con los niños. Nadie lo sabia, ni los hijos ni mucho menos Johanna. Descubrir que Armando era una bomba de tiempo esperando a explotar hizo trizas su ya roto corazón. María cuenta que siempre le pareció curioso el como la mujer lloraba tanto y con tanta intensidad, muy a pesar de tener planes de divorciarse del hombre. A lo mejor si seguía amándolo y el divorcio era un capricho de los dos, a lo mejor se sentía culpable o responsable de alguna forma...
El velatorio se hizo a los dos días de la defunción y se extendió por tres días seguidos. Armando era tenido con gran estima en la comunidad, por lo que el número de asistentes rozaba la centena, día tras día. Niños, jóvenes, adultos, amigos, familiares, colegas, completos extraños. Todos pasaron a darle el pésame a la familia, menos María.
Ella confesó que nunca tuvo el valor para hacerlo, que quizá se hubiera muerto del pesar si hubiese visto a Armando en el féretro. Prefirió seguir con la imagen mental que tenia de él: jovial, risueño, lleno de vida...
De los hijos la más afectad fue Gabriela, jamás fue la misma después de eso. María cuenta que pasó medio año sin ir al colegio, y que cuando al fin lo hizo, parecía un espectro. Desaliñada y con la mirada perdida, silenciosa, sin ánimos de participar en ningún evento escolar. Por algún motivo dejó de hablarle a María, casi que ignoraba su existencia. Por esto María no sabe si ella creyó su mentira o no. Más de una vez le habían visto tomar unas pastillas. Una de sus amigas en común le contó a María que eran ansiolíticos y antidepresivos. No se presentó a la graduación y perdió el contacto con sus amigas por completo.
Como al año, el "Cruz-María" fue rebautizado como Unidad Educativa Privada "Armando Gonzales Prieto", en honor al fallecido. Aún sigue en pie quince años después, la viuda Johanna forma parte de la junta directiva y su hijo mayor, Santiago, es el actual Director, mientras el menor, Andres, es el profesor de Educación física. Hay un mural de Armando en el fondo del anfiteatro del colegio. Fue pintado como si fuese un espectador más, perpetuamente aplaudiendo y sonriente.
Gabriela se fue del país. Según pude indagar, trabaja como modista en Italia. No he podido contactarme con ella, aunque parece ser que le va bien.
Mi prima María cuenta esto en pocas ocasiones, prácticamente cada lustro, cuando tiene el suficiente alcohol en el sistema como para que su lengua se suelte pero no demasiado como para que solo diga incoherencias. ¿Por qué lo cuenta? a lo mejor busca expiar sus pecados de alguna forma, usando su estado de embriaguez como motor y el oído de quien sea que escuche como un confesionario. Quizá aún tiene consigo una duda, una pregunta que hace que el relato no abandone sus memoria, y contándolo busca respuestas...
"¿Estaba muerto cuando...? No recuerdo verle respirar ¿Su corazón latía mientras...? ¿Fue antes o después de...?", son las preguntas que levitan perpetuamente sobre su cabeza, pero que nunca tuvo y quizá jamás tendrá el coraje suficiente de expresarlas, de planteárselas seriamente. Prefiere obligarse a vivir en la ignorancia, embriagarse en ella, ahogarse en ignorancia, si cabe.
Pero por el resto de su vida permanecerá con esa duda clavada en el fondo de su cráneo. Viviendo entre la sublime y cándida tragedia de haberle dado al Profe Armando su último beso como despedida de este mundo, y el más absoluto horror de haber posado sus labios sobre un cadáver.
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