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Arrugas

Arrugas en la piel, arrugas en el alma…


Las arrugas son algo intrínseco a nosotros. Nuestra topografía epidérmica esta provista de innumerables “imperfecciones” que se han ido formando de la misma manera en la que se formaron los cerros, montes y montañas de nuestra patria. Cuando el recién nacido sale del útero y echa su primer llanto sobre la tierra, sus manos y dedos parecen lo más cercano que se tiene al papel: casi lisos y frágiles. Con el pasar de los años ese papel toma miles de formas que, al final de los días, si se le diera la oportunidad a un quiromante para leer ese pergamino viviente, tardaría más de mil y una noches contando todas las historias que guarda.

El atractivo en aquello liso, brillante, impoluto, no es extraño. La claridad, la honestidad, la pureza, todo eso que adora y enaltece al ser humano es lo que se esconde a simple vista en tal paraje. Por otro lado, la hipocresía, aquello desconocido y oscuro, es la cosa que más desprecia, a lo que más le teme. Un bebé claro y liso despierta más simpatía que un viejo arrugado, con una vida desconocida y oscura al espectador, quien solo sabe que una persona de tal edad debe de tener una maestría en el arte de la mentira. “¿Será o abra sido una buena persona? ¿Habrá maltratado a su mujer? ¿Habrá engañado a su marido? ¿Abandono a sus hijos o amigos? ¿Es siquiera verdad lo que cuenta o solo lo está inventando o alucinando?" El bebé no dice nada, por eso todo lo que dice es verdad.


El Rostro de un Anciano 

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Arrugas en la piel, arrugas en el alma…


El ser humano no teme a las arrugas, sino lo que esconden, el significado implícito, aquello intransferible y a veces infranqueable, aquello que es en verdad un tesoro: la experiencia. “He visto, hecho y dejado de hacer cosas que escapan de tu comprensión pueril”, es lo que dice el silencio de las arrugas. Vemos a una persona ya entrada en años y pensamos, en primer lugar, que ha vivido, lo cual es un hecho. Lo siguiente que pensamos, si es que oímos su historia, es que aquello en lo que ha creído le ha ayudado a seguir viviendo hasta ahora. Pero entonces, si en esa historia aparecen cosas odiosas (ideologías que no compartimos, actos que condenamos, pensamientos que no queremos enfrentar), apartamos a mirada con asco y desesperanza y pensamos “¿Cómo Dios (o el destino, como quieras llamarle) pudo permitir que viviese tanto una persona así?”. Y, para aquellos desafortunados, puede sobrevenir la más terrible de las preguntas “¿Estaré yo quizá equivocado en mi forma de vivir?”; esta última, más que una pregunta es una punzada que guarda este significado.

La vida humana está cargada de maniqueísmos: esto sí, aquello no; esto es bueno, aquello es malo; esto es correcto, aquello es erróneo. “Aquello” es el "mal", “El infierno es el otro”. El “mal” se nos presenta no solo como algo aborrecible, sino además como algo inviable, porque creemos que aquello en lo que creemos es la mejor manera de vivir, de estar, de ser. El capitalista ve el mal en el comunismo, el comunista ve el mal en el capitalismo; el religioso ve el mal en el ateísmo, el ateo ve el mal en las religiones. Para un capitalista el comunismo simplemente no funciona y el comunista ve en todo el sistema capitalista un error garrafal; el religioso solo ve el infierno como único fin para el ateo, mientras el ateo ve en el religioso a un fanático o a un manipulador.

Ideas, creencias, pensamientos... Todo aquello permanece mucho más que las personas que originaron, todo aquello tiene más arrugas que cualquier ser humano.

¿Qué es la experiencia? ¿Qué son esas arrugas que regala el tiempo? Una afirmación. “Si he durado tanto, si aún sigo vivo, presente, es que algo 'bueno' he hecho con mi existencia”, dicen esas arrugas.

Para muchos es un hecho claro que el cobarde vive más que el valiente en una guerra, que el ladrón tendrá más que el altruista cuando haya carencia material. Entonces, para el incrédulo, aquel que es adverso a esas ideas, la única respuesta a las arrugas es que son el “mal”, el aprovechamiento. Robarle el pan al hambriento para saciar el hambre propia.

¿Sera eso verdad? ¿Todo lo ajeno es el “mal”? Yo no soy quien para afirmar o negar nada de esto, solo digo lo que veo, lo que creo. ¿Tú me crees?.


Vista de Espaldas de una Mujer Desnuda 

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Arrugas en la piel, arrugas en el alma…


“Bendita la pureza de tu piel, amor. Tierra virgen donde se planta el trigo. Lienzo en blanco donde plasmar la más preciosa composición. Permite que me hunda en esa agua clara de tu existencia y beba de tu inocencia, de tu honestidad, de la franqueza de tu lengua. Ruego a quien me oiga que sea el primero en tocarte, en vivirte. Y de no ser así, ¡Que mil maldiciones caigan sobre ti!. Que tu tierra se agríe y no de más frutos. Que tu lienzo arda en llamas y el fuego evapore el agua salada de tu ceno impío. ¡No me toques! Limpiare con lejía cada milímetro de mi cuerpo que tus desgraciadas manos, que tus mal nacidos labios hayan tocado. Y luego moriré llorando mi desdicha al saber que la pureza es solo otra de las mil quimeras que acosan al hombre”, grita el eco de algún iluso egocéntrico, tan encerrado en sí mismo que cree que su apego es amor.

“¿Acaso el artista pinta sobre un lienzo ya todo rayado, ‘sucio’?”, piensa el hombre que busca "la pureza", que se ve como se ve el artista. Su amor es la pintura, muchas veces su falo es el pincel. Malaya sea si aquel lienzo en el que va a pintar ya ha sido pintado por otro. Que ahora está “sucio”, piensa. Que ya no sirve para nada, que mejor sería que desapareciera y que le trajeran un lienzo nuevo, uno verdaderamente puro.

¿Acaso la persona amada no es arte y artista a su vez, como uno? Uno vive como los otros, pinta dentro de sí sus ideas de los otros y los otros pintan en su interior sus ideas sobre uno. ¿Cuándo en verdad pintamos sobre los demás? ¿Somos nosotros los que pintamos la experiencia de los otros? ¿Son los otros los autores de las arrugas de uno?

El pasado de otros no es para uno, la tierra no le pertenece a nadie más que a la tierra. El lienzo esta en nuestra alma, la pintura son nuestras experiencias, el pincel es nuestro corazón. La fe es la mano que mueve el artista de la vida. El bien y el mal, lo correcto o incorrecto, nada de eso se plasma en el alma, solo la verdad.

“Mi verdad”, dice el anciano.


El Rostro Afable de una Abuela 

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Arrugas en la piel, arrugas en el alma…


“Te contaré mi verdad”, le decía maita, que en paz descanse, a mi madre en sus últimos momentos. La señora de cien años, tan arrugada, tan experimentada… Quien sabrá cuantos pecados habrá hecho, a cuantos habrá ayudado, a quienes le guardó rencor hasta su último aliento, a quienes se llevó en el corazón al partir.

Un cerebro hecho de arrugas. Una mente limpia, plana, con mucho que decir y sin nada que contar. Una mente anciana, con mucho que contar y nada que decir. “¿Acaso yo estaré así? ¿Arrugado y desecho, con los mejores años de mi vida en el recuerdo y solo con dolor en el alma y en las articulaciones?”, piensa algún jovenzuelo de esos que idolatran sus veintes o quinces. Si me preguntan a mí, Dios mediante que así sea, que viva tanto como para estar así, de esa forma sabré con certeza que he vivido.

Si vez a tus años de ignorancia y adolescencia (de adolecer) como “tus mejores años”, entonces estos años venideros, de "arrepentimientos y dolor en la ciática", serán espectaculares. La vida es un intercambio, un trueque con el tiempo: tú le das energía y juventud (lo único que traes al mundo) y este te da sabiduría y experiencia (lo único que uno se lleva a la tumba). Las arrugas son la firma manuscrita del tiempo sobre este contrato al que llamamos cuerpo, que solo puede ser abolido con la muerte.

Solo los suicidas y los desafortunados mueren jóvenes. La gente llora desconsolada (y con mucha razón) al que parte sin haber tenido ni una sola arruga en la cara.


El Rostro Furibundo de un Hombre con un Gran Bigote

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Arrugas en la piel, arrugas en el alma…


“¿Qué es el pasado? ¿Qué son esas arrugas? ¿No preferirías inyectarte Botox?”, pregunta alguien, no se quien, no es que importe.

El pasado no es de ajenos para juzgarlo, sino de propios para reflexionar al respecto. “Las arrugas están en mi cara, no en la tuya”, alguien responde, no yo. “Mis arrugas están alrededor de mi boca y de mis ojos, son el recuerdo imperturbable de mi sonrisa”. “Tus arrugas están en tu ceño, entre las cejas, la prueba fehaciente de tu infelicidad”.

Arrugas en la piel, arrugas en el alma…

Si tú aun no tienes las arrugas, es porque aún te queda mucho por arrugar.



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