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El Columpio

La Silueta de un Niño Sobre un columpio Vista desde Abajo

Fuente


Llevaba siglos sin hacerlo, siempre me encontraba con que los columpios eran demasiado pequeños para mí, y estaba en la edad en la que resultaba ridículo el subirse a uno…

Pero no pude contenerme, necesitaba volar.

Subí a uno y comencé a balancear mis largas piernas, haciendo un movimiento en arco que me era tan natural como el respirar. Y respiraba, respiraba el momento y la oportunidad, respiraba el olvido momentáneo de “Aquel” dolor.

No era humano, era la brisa acariciando mis mejillas, la gravedad jalándome al bajar y liberándome al subir, las cadenas oxidadas temblando y rechinando, liberando escamas de pintura sobre las pierdas; era el sol asomándose tímidamente tras las nubes, espiando a los mortales entre las hojas; era las hojas y su sombra, yo era mi sombra. Era todo menos “yo”, por esos momentos me libere de mí.

Mis manos se aferraban a las cadenas con la fuerza que solo el miedo puede proveer. En cada balanceo me veía en el suelo, adolorido y sangrando. No veía el vuelo, sino su resultado. Sin consciencia del tiempo, así funciona el miedo. Pero el miedo también liberó la adrenalina que a su vez liberó la estupidez. ¡Qué alegría ser estúpido siquiera un instante!. En el suelo era un mortal temeroso de la sangre, pero en el cielo era una estúpida nube, capaz de volar y de ser y no ser a voluntad. Ser viento y no serlo, ser tormenta y no serlo, ser lluvia, granizo, llovizna, una montaña en los cielos, algo majestuoso y delicado.

(Quizás mi lugar siempre fue entre las nubes, por eso mi necesidad de volar).

Tras cada balanceo me encontraba cada vez más y más alto. Era más de arriba que de abajo. Entonces me vino a la mente una idea aun más estúpida y el miedo se diluyó en mí como lluvia en el rio.

Solté las cadenas y volé.

Por milésimas de segundo fui lo que debí ser en un principio, alguien libre. Era mi espíritu sin miedo de ser, sin miedo a estar desnuda ante los demás y temerosa de ser la burla de quienes le miraban, libre del cuerpo de cristal trasparente en el que residía. Ya no había temor, mi espíritu deseaba ser visto como son vistas las nubes, sin una forma fija más que aquella que le da el observador: “¿Un león? ¿Una nave? ¿Un ángel? ¿Una mano?”,era todo y nada a la vez, la libertad absoluta.

(Quizá esto sintió Ícaro antes de que sus alas se derritiesen por el sol, solo que yo disfrute la caída).

No fueron más de tres metros los que me elevé, pero se sintieron como cien, mil o un millón. La adrenalina me ahogó y me obligó a sonreír, y lo hice, pese a creer que había olvidado como, pero nada se olvida realmente, solo se ignora. Por un instante estando en el aire pensé que volaría encima de los arboles. No sucedió, la gravedad hizo uso de su fuerza y me arrastro a mi mortalidad, a mi recipiente, a mi jaula de cristal, y me hizo recordar quien era.

Aterricé sobre mis pies. Las piedras hicieron ruido bajo mis zapatos y sentí el sonido recorrer mis tobillos, arañar mis pantorrillas, muslos y columna hasta llegar a mi cerebro, entonces sentí dolor, “Ese” dolor.

“Ese” dolor era real, tangible y objetivo. Un dolor con una razón y un propósito, un dolor que logró despertarme. “Ese” Dolor me dijo mi nombre, mi edad, altura, nacionalidad, sexo, el color de mis ojos, mi piel y mi pelo; las canciones que me gustan, mi comida favorita, el como suena mi risa; me recordó al dolor que se siente tras la mandíbula de tanto reír, al dolor en los piernas de tanto caminar, al dolor tras el ejercicio, tras un fuerte abrazo, al dolor real, tangible y objetivo del vivir.

Recordé entonces que estaba vivo y lo comprendí: mi espíritu es alado pero mi cuerpo es terrestre, y eso está bien. Comprendí que debía volver a mi hogar, junto a mis seres queridos, y así me despedí de los arboles, del sol y las nubes hasta la siguiente mañana.

Respiré hondo y note que “Aquel” dolor aun permanecía, ese dolor intangible y difuso, impropio de la realidad, que siempre acecha, pero no le di importancia, tenia de mi lado “Ese” dolor de la vida, que siempre me recuerda constantemente que sigo vivo.



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