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El Jardín de Altamiranda

Un Jardín de apariencia encantada con el rostro a medio destruir de una Estatua de bronce

Fuente


Contrario a lo que cuentan los Fariseos, El Jardín de Altamiranda no fue un sueño. Existió, y desapareció así como lo hacen las nubes de tormenta.


Fue el Gran Ramsés Gómez, caritativo séptimo regente del pueblo levitante de Altamiranda, el que construyó ese Jardín del Edén como regalo a su esposa Marialexandra y a su solidario pueblo.

Entonces los hombres aun pisaban tierra, los Murciélagos Gigantes aun no los habían desterrado a todos, pero estaban en proceso de partir para jamás volver.

Fueron los más valerosos hombres de Altamiranda quienes buscaron al menos diez ejemplares de todas las flores del mundo. ¡Cuantos murieron en la hazaña! Lo creyeron una locura, pero cuando el Jardín estuvo completo y las nubes separaron definitivamente al hombre de su hogar, todos los Altamirandinos se sintieron bendecidos y alabaron a su líder como un Héroe.

En los Jardines, tanto pudientes como dolientes, niños y ancianos, prole y realeza eran iguales. Era común ver a la Gran Dama Marialexandra jugando con los niños o tejiendo junto a las ancianas viudas de la Guerra de los Gigantes de Hierro, otrora alabados pero ahora repudiados, pues sus luchas despertaron a los murciélagos de su milenario letargo.

Cuentan que por las noches las luciérnagas que habían viajado sobre las flores refulgían como compitiendo con las estrellas. Y por las mañanas, el rocío acumulado en las flores flotaba llevado por el viento y caía como una llovizna aromática, bañando a las aves que acompañaban a Altamiranda en su eterno viaje por el firmamento.

El Jardín fue el más grande gozo de los Altamirandinos y de los extranjeros que viajaban para confirmar la existencia de tal paraíso sobre las nubes. Pero ¡Ay, humanidad! No hay goce en este mundo que dure una eternidad.

Dicen las leyendas que fueron los Dioses quienes redujeron a Altamiranda y su Jardín a nada. Pero solo el hombre es capaz de traer calamidades…


Fue el tirano Jean-Castro Xang, comandante de las comunidades levitantes Noroccidentales, los “Búhos de Tormenta”, el perpetrador de la catástrofe que ¡Bendito Karma! también acabaría con él. Dicen que la envidia le motivó, yo pienso que fue su desmedido ego e ignorancia lo que le hizo pensar en acabar con el ultimo resquicio de paz para los hombres y volverse un remedo de “Dios de la Guerra”.

Jean-Castro fue junto a su armada de aeronaves bestiales, semejantes a lechuzas, para destruir toda Altamiranda. Durante cuatro días los Altamirandinos resistieron con valor, pero sus naves, inspiradas en los extintos Turpiales, no fueron rivales contra los rapaces de acero. El llanto y los gritos de los Altamirandinos ahogaron los truenos. Las nubes de tormenta se tornaron carmesí y lloraron con rabia la tragedia.

Jean-Castro quiso dar el tiro de gracia utilizando las zarpas de su nave para destrozar las cadenas que sostenían al Jardín y destruir los globos de helio que le hacían levitar. Pero no previó que su ataque soltaría una chispa que incendiaría el helio en una llamarada casi semejante a un sol que alborotó los cumulonimbos que le rodeaban, invocando los truenos en un pandemonio de fuego y centellas que no dejó rastro alguno de él… Más espectacular fue que el jardín no recibió daños, pero aun haber sobrevivido al fuego y a los rayos, este no pudo contra la gravedad. Se precipitó a tierra a una velocidad que superaba a los halcones peregrinos, pero vista de lejos, asemejaba a una pluma flotando delicadamente hasta su perdición. Se dice que en su viaje, el jardín lloró pétalos de toda clase: rosas, margaritas, girasoles... millares de pétalos danzando por última vez por encima de las nubes hasta perderse en el abismo...


Hará 3 siglos desde aquella tragedia. Ya nadie sabe lo que es un jardín, o una flor siquiera. Se dice que el Jardín de Altamiranda fue un sueño, una creación del imaginario romántico de algún nostálgico de los tiempos en los que el hombre pertenecía a la tierra… Pero no es así, el Jardín existió y su espíritu permanece.

Si se mira atentamente al abismo de tormenta bajo nosotros, sin temer (pues los murciélagos no pueden alcanzarnos), con la mente aclarándose junto con las nubes, se verá.

Reluce muy pocas veces, pero allí está ¡Es maravilloso! No habrán rastros de los palacios, de los barrios o los mercados de Altamiranda, todo ello se volvió cenizas en la escaramuza, pero se podrá ver que las flores aun siguen allí.



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