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La Torre

Pixel Art de una Torre al estilo de la Torrre de babel, con niveles cuyo diametro disminuye conforme se llega a la cima, donde se encuentra lo que parece ser una mano de piedra en la frontera entre el espacio y el cielo, con la palma abierta como queriendo tomar una estrella, pero siendo incapaz de hacerlo.

La torre no era una torre, sino una idea.

Algún soñador vio el cielo, celeste puro y preñado de nubes, preguntándose si Dios se encontraba tras esas nubes, quizás escondido, quizá durmiendo. Aquel soñador fue el primero en soñar la torre como un portal a la guarida de Dios, por lo que empezó a amontonar piedras y rocas una sobre otra por toda una estación, sin descanso.

Un peregrino que pasaba le vio en su afán y preguntó el porqué lo hacía. "Para ver a Dios" respondía el soñador, y el peregrino se quedó fascinado. "¿Acaso esta persona es algún especie de santo para ser capaz de ver a Dios?", se preguntó aquel peregrino, y al ver la efusividad con la que el soñador trabajaba, se convenció de que así era, por lo que se le unió en la misión. Pasaron dos estaciones, la torre ya era considerablemente alta, pero no lo suficiente como para ser una "torre", y el peregrino lo sabía. Era un hombre listo, e hizo los cálculos para saber cuánto tardarían en llegar al refugio de Dios. Palideció al percatarse que los dedos de las manos y los pies de un millar de personas no bastarían para representar el tiempo que tardarían en completar la torre, al menos solo ellos dos, necesitaban ayuda. El soñador estaba muy ocupado para pensar en cualquier cosa que no fuese armar la torre, por lo que el peregrino partió a los pueblos cercanos a buscar ayudantes.

El peregrino en cada pueblo que llegaba se instalaba en la plaza y hablaba alabanzas sobre "El Santo de la Torre", como llamaba al soñador, el cual "Tenía la tarea sagrada de construir una torre hasta el reino de Dios y así adorarlo en su propia presencia". Muchos lo tomaban por loco, pero muchos otros no, y a esos les guiaba a dónde estaba "El Santo" para que le ayudasen a armar la torre y así ser los primeros bendecidos por la presencia corpórea de Dios. El peregrino fue de pueblo en pueblo, llamando a más ayudantes que se unían en veintena a la tarea. Con estos nuevos ayudantes la torre se volvió tan alta como una "torre" propiamente dicha en la mitad de una estación, pero no era suficiente... El peregrino, que ahora los ayudantes llamaban "Párroco", dictó que se buscase a más gente que se una a la causa, envío a sus parroquianos a "Predicar la palabra de la torre" por todos lados, mientras que guió a los que permanecían a que adaptasen la torre para que fuese perfecta para la oración, por lo que la torre aun no era una "torre", sino una iglesia. "La Santa Iglesia de la Torre de Dios" era llamada, una edificación que cada cuarto de estación crecía lo que 30 Secuoyas en toda su vida, puestas una sobre otra. Esto porque la cantidad de gente que se unían a la construcción era inconmensurable. Gente venía y gente iba y entonces aún más gente venía, así por varias estaciones. Todos dormían, comían, convivían y morían, sino dentro de la torre, en sus alrededores. 

Una veintena de veintenas de estaciones transcurrieron y la torre seguía sin ser torre, era más bien un monstruo. Una bestia inmensa que arañaba las nubes y se comía la luz del sol con su sombra tan larga que se extendía por kilómetros. De lo alto que era casi se le podía ver danzar de lado al lado con el viento, como una serpiente emergiendo para comerse el cielo, o la punta de la cola de una bestia aún mayor que dormitaba en las profundidades de la tierra. Ya incluso los pobladores de otros países podían ver por lo menos una porción de la edificación. Algunos cerraban las ventanas de sus casas si estás daban a la torre, pues les incomodaba su presencia. Habían pasado generaciones enteras, ya los parroquianos que trabajaban en la torre, si no eran nuevos, eran nietos, o bisnietos, o tataranietos de los primeros. Aquel peregrino que se volvió párroco, al morir, lo convirtieron en mártir y le dieron el honor de servir como una de las mil rocas que formaban las paredes de la torre, y el viejo soñador se volvió un mito, el mito de un mesías cuya alma impregnaba las paredes de la torre, y que por esa alma la torre no dejaba de crecer y crecer...

Llegó un punto en que la gente que era llamada a la torre con la promesa de "Ver a Dios", cuando llegaban a ella y presenciaban su imposible inmensidad, se convencían de que la Torre era Dios. Entonces la torre seguía sin ser "torre", sino que era una Deidad. Benévola para los parroquianos de la torre, diabólica para los demás. Los intentos de derribar la torre fueron muchos, impulsados por mero capricho estético al principio, pero con el tiempo el odio a la torre se volvió en una ira profunda, pues se le veía como la mayor herejía jamás construida por manos humanas. Los parroquianos de la torre se habían convertido en su propia nación, con sus creencias, costumbres y, por su puesto, su propia maquinaria de guerra. Se libraron batallas sangrientas y prolongadas, miles de vidas fueron arrebatadas por y para la torre, la sangre tiñó sus paredes por generaciones.

Mientras tanto, la Torre había alcanzado tal altitud que a los constructores les dificultaba el respirar, tuvieron que ingeniarse unos trajes especiales para traer oxígeno y seguir trabajando, cuando ni eso funcionaba, usaron maquinaria. Y entonces, la torre alcanzó la frontera invisible entre nuestro mundo y el vacío espacial. Desde aquella altitud se podía ver perfectamente la curvatura del planeta. La gente de la torre se encontró con un grave dilema, pues en ese punto tan alto parecía que ya no había ningún lugar al que ir, empezaron a preguntarse "¿Para que estaban armando la torre en primer lugar?". La torre pasó a ser una duda.

Un viejo se manifestó entre los constructores, era más viejo que todos los viejos de la torre, y no parecía ser abuelo, bisabuelo o tatarabuelo de nadie, un completo desconocido, por lo que la gente de la torre pensó que era el propio mesías, "El Santo de la Torre", aquel soñador que había empezado la hazaña. El viejo exigió ir a la cima de la torre, nadie le rebatió. Le adaptaron uno de los trajes de oxígeno y lo llevaron escoltado por dos de los mas fuertes constructores a la cima. Temían que muriese en el trayecto, por lo que lo cuidaron como a la porcelana, y solo subieron en el transcurso del crepúsculo, cuando el ambiente era más propicio. Toda la gente de la torre quedó expectante por lo que diría el supuesto Santo al volver...

Aquellas dos escoltas volvieron de la cima junto al cadáver del viejo. Se les preguntó que había pasado, ellos contaron que el anciano, antes de morir, estiró su mano al negro vacío del espacio, tratando de alcanzar algo imposible y exclamó casi en un suspiro: "Gracias", como si hablase con alguien más a lo lejos, un interlocutor y oculto en la bruma del espacio, entonces falleció.

La leyenda fue transmitida a todas las personas de la torre. Permanecieron reflexionando al respecto y sobre todo lo que había pasado. Decidieron entonces seguir con su vida en la torre, dejaron de alabarla como una Deidad y la aceptaron como lo que fue para ellos siempre, su hogar. Hicieron las pases con aquellos que despreciaban a la torre, hicieron tratados, compartieron cultura y al final la torre dejo de ser para algunos y se volvió de todos en el mundo. Al viejo, que nunca se supo si era o no aquel soñaron que empezó todo, ni tampoco se supo a quien hablaba cuando murió, fue llevado de vuelta a la cima de la torre, donde fue dejado dormir compartiendo con el cosmos la sonrisa con la que partió su alma.

Pasaron los siglos y milenios, centenares de generaciones crecieron y murieron en la torre, la cual sobrevivió más allá de todas las naciones del mundo y de la propia humanidad, llegando a ser admirada por otros seres pensantes que nunca supieron para qué era o el porqué de la torre, lo único que tenían seguro era que no era (y nunca fue) una "torre", sino algo más...

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