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Juan Carlos, El Buda

La Silueta de una Persona Meditando al amanecer

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Esto es lo que oí: Juan Carlos un día salió de casa hambriento. No había desayunado, como era costumbre en su casa, y aun faltaba mucho para el almuerzo, por lo que fue al parque más cercano a tumbar unos mangos para comer. Al llegar al árbol de mango más grande y viejo del parque se encontró con un puñado de niños que, cuando vieron a Juan, se pusieron agresivos, le amenazaron con el gran palo que llevaban y le dijeron mil y un improperios. Juan les enfrentó pese a todo, su hambre podía más que su miedo; como resultado terminó hecho chicha.

Juan Carlos volvió a casa más enojado que cuando salió, reclamando por comida de forma agresiva. Su familia era numerosa y de muy escasos recursos, no era fácil mantener a sus siete hermanos y hermanas; además, su padre era muy violento y su madre una mujer tan sumisa que el simple hecho de pensar en protestar le parecía inútil.

El padre de Juan Carlos, al verle con esa mala actitud, le amenazó con azotarlo con una manguera, a lo que Juan, más molesto que asustado, respondió retirándose de la casa y yaciendo en una posición incómoda bajo el sol, buscando que por lastima su padre dejara de ser tan obtuso. No sabia Juan que su padre era más obtuso de lo que creía, por lo que paso semanas en un ayuno atroz que solo era aliviado por las golosinas que una de sus hermanitas le compartía. En esa tortura auto impuesta, Juan, sin saberlo, estaba practicando una disciplina y austeridad que le hicieron entender ciertas cosas que muchos adultos posiblemente nunca entenderán.

Cuando Juan Carlos cesó su necedad y quiso levantarse se encontró muy entumecido. Vio a los gatos callejeros y como estos se estiraban y contorsionaban; entonces los imitó, en un infantil intento de llegar a ser tan flexible y ágil como ellos. Esta práctica la repitió a modo de juego todos los días siguientes; en lugar de jugar a la pelota, se quedaba a imitar los zarpazos de los gatos, el vuelo de las palomas, el zigzagueo de las culebras. No podía explicar el porqué, simplemente le atraía la naturaleza más de lo que lo hacia antes.

Su familia comenzó a notar los cambios en Juan Carlos: era menos lambuceo y agresivo, se había vuelto más austero y sereno. De pronto él era el único en su familia que comía tres veces al día, ya que guardaba comida para más tarde. Luego sus demás hermanos y hermanas podían comer de sus sobras, y quedaban satisfechos todos.

Un día sus padres tenían un poco más de dinero que de costumbre, pero ambos estaban muy ocupados. Al ser Juan Carlos el mayor, le encomendaron tomar el dinero e ir a comprar toda la comida que fuese posible. Este recorrió toda la ciudad de punta a punta buscando las mejores ofertas para así aprovechar lo más posible el dinero. Gracias a su práctica en los modos de ser de los animales, se movía como el viento. Aun cargando la mitad de su peso en bolsas, se sentía tan ligero como una pluma.

Cuando al fin hubo gastado todo, de regreso a su casa, se encontró con unos pandilleros quienes, al verle solo y con tantas cosas encima, pensaron que seria fácil el robarle. Juan recordó su encuentro con los niños bajo el árbol de Mango y prefirió no entrar en conflicto, por lo que con su nueva agilidad se dio a la fuga, saltando entre los techos de las casas casi como si volara.

Cuando se creyó a salvo aterrizó a la calle, pero se encontró siendo emboscado por uno de los pandilleros, quien le apuntaba con un arma. Se le veía completamente fuera de sí, capaz de cualquier cosa, incluso dispararle a un niño.

Y eso fue lo que hizo. La bala salió del cañón y se acercó lentamente hacia Juan Carlos… o así él lo sentía.

Podía ver el proyectil yendo hacia él como en cámara lenta, dándole la oportunidad de esquivarla y acercarse al malhechor. Juan entonces posó su mano sobre el pecho del hombre, puso un poco de fuerza y este salió disparado varios metros. Incluso el propio Juan Carlos estaba sorprendido de aquella demostración espectacular de habilidades de combate.

Esto le hizo pensar en todas las posibilidades, recordó a esos niños abusadores y pensó en hacerles pagar por su maltrato, quedándose con ese árbol de Mango. ¿O por qué no con todos los mangos del parque? ¿O todos los de la ciudad? ¿O con lo que el quisiera? Ya no había nadie que le pudiera hacer frente, aun si estaba armado, podría ser invencible…

Entonces recordó lo mal que se sintió cuando esos niños abusaron de su poder, o como lo hacia su padre, o como lo había hecho el pandillero armado. Él no seria diferente...

Juan Carlos tenia un conflicto. Creía que merecía usar sus habilidades a su antojo, pues eran suyas, y a la vez que creía que tenia una responsabilidad con ellas. Entonces dejó la comida en casa, se despidió de su familia y salió en busca de una respuesta.

Había pasado casi un año desde lo de los mangos, ya no era temporada y el árbol de aquel parque estaba sin frutos. Juan se sentó bajo el árbol y se puso a reflexionar por largo rato. Cuando pasó la noche y amaneció ya tenia su respuesta.


Era temporada de mangos y aquel viejo árbol estaba a rebozar de ellos. Los mismos niños violentos de antes se encontraban tratando de tumbar unos cuantos. Entonces notaron que Juan Carlos había llegado, seguido de todos sus hermanos y hermanas y casi un centenar de niños más que parecían hambrientos. Los abusadores se sintieron intimidados por el número, pero solo Juan se acercó a ellos. Su semblante era sereno, indescifrable pero tranquilizador a la vez. Los abusadores comenzaron a amenazarle, pero él ni se inmutaba. Uno de los niños se le abalanzó, pero él lo esquivó sin problemas, y así con los demás que quisieron pegarle. El niño que llevaba el palo para tumbar los mangos lo atacó con el mismo con toda su fuerza, Juan simplemente lo detuvo con un dedo e hizo que el niño lo soltara. Los abusadores estaban aterrados, se alejaron lo más que pudieron de Juan, el cual seguía su camino hacia el árbol.

Posó su mano sobre el tronco y de una simple palmada todos los mangos cayeron, y a su vez los mangos de todos los arboles cercanos. Entonces el centenar de niños gritaron de alegría y corrieron tomando todos los frutos. Los abusadores estaban muy confundidos cuando el propio Juan le compartió unos mangos. Entonces se fue y se sentó en las raíces del árbol de forma serena; los abusadores y varios niños más se le acercaron preguntando cómo había logrado eso, cual era su secreto. El entonces habló y contó esto que les cuento a ustedes.

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