Sidd huyó en la madrugada. Quien le vio partir fue su hija, preguntándole a donde iba. “Al fin del mundo”, respondió él, “Te contare todo cuando vuelva”, mintió, dejando a la niña esperanzada y sonriendo hasta que volvió a dormir.
Sidd empezó como grumete en un pesquero. Olvidó a su esposa e hija y se reinventó como Sidd, su nuevo nombre. “¿Y que buscas en el mar?” le preguntaron, “El amor de mi vida”, dijo con sinceridad.
Por las noches, Sidd soñaba con aquel canto dulce y melancólico que oyó en las olas. Fue hasta donde estas rompían, mas no halló a nadie. Creyó que fue una sirena que quizás había huido a donde ningún marinero se atrevía a ir, por lo que partió hasta el fin del mundo para encontrarla.
El barco pesquero en el que iba fue emboscado por piratas que le tomaron prisionero. Sidd entonces provocó un motín mintiendo sobre como el capitán ocultaba riquezas. Casualmente sus mentiras resultaron ciertas al descubrirse un cofre con el doble de lo que se repartía entre los subordinados. Tras ejecutar al ladrón, Sidd fue nombrado capitán por su gran “intuición”.
Sidd y sus hombres asaltaban todo barco a su paso, preguntando por el fin del mundo. Si no había respuestas, saqueaban todo. Con los años se volvieron una leyenda, acumulando tal botín que regalaban parte del mismo para no hundir el barco.
Un día oyó la canción de la boca de un viejo, al cual amenazó por respuestas. El hombre amablemente dijo el curso que debía tomar, más allá del sur. Por esos lugares el mar zarandeaba al barco cual juguete, agotando e irritando a los hombres de Sidd. Luego vino el frio, con enormes icebergs y ballenas asesinas rodeando al barco cual buitres al moribundo. Entonces hubo un motín que desterró a Sidd a un barco de remos. Este Remó sin rumbo por varias noches, sin luna ni estrellas que le guiasen, creyendo oír la canción a lo lejos…
Tras un sueño de décadas, Sidd despertó estando anciano y mugroso, irreconocible. Miró a su alrededor y vio entre los icebergs restos de lo que solía ser su barco a merced de las ballenas asesinas. Entonces decidió jamás volver al fin del mundo.
Fue rescatado por un ballenero que le llevo a la costa, donde vagó como pordiosero. Una mujer le encontró presa del frio y el hambre, así que le dio refugio.
Mientras Sidd comía, oyó a la mujer cantar la misma canción de aquel entonces. Eufórico, Sidd preguntó donde la había aprendido.
“De mi madre”, dijo ella con una sonrisa que Sidd reconoció... la de su hija. Había crecido tanto y era tan bella… Sidd sonrió, ahogando el llanto. Terminando de comer, dijo: “Gracias por su hospitalidad. No tengo con que pagarle más que mis historias, si le parece suficiente”. “¡Por su puesto! ¡Adoro las historias!”, respondió ella. Y se sentó junto al anciano Sidd cual niña pequeña, y escucho atenta todo lo que tenia que contarle.
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