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Lo que Mató al Gato


El pomo de una puerta blanca


El Gato maulló y Carlos despertó del letargo que invadió su vigilia. Confundido, se vio a si mismo enfrente a aquella puerta ominosamente limpia y aberrantemente perfecta que desentonaba muy evidentemente en las ruinas vandalizadas donde estaba encajada. Parecía incluso inmune al polvo, siempre, desde la primera vez que apareció hacía ya 6 meses, lucía recién barnizada. De ella emanaba el ruido de un aire acondicionado y alguna computadora corriendo; era una puerta de oficina, lo cual explicaría esos sonidos, pero la existencia de una oficina en tal sitio no tenia explicación alguna. El pomo estaba helado, lo suficiente como para provocar dolor de tanto sostenerla. Carlos la soltó y se alejó lo más que pudo, escoltado por el gato negro que siempre le acompañaba.


Durante 6 meses Carlos estuvo consciente de la existencia de la puerta. No sabia si siempre estuvo allí o si simplemente apareció. Había cruzado durante años por la calle frente al edificio en ruinas donde estaba la puerta y nunca la había notado antes. No era el único consciente de ella, entre murmullos oía a algunos vecinos hablar al respecto, pero otros negaban su existencia.

"¿Qué puerta?".
"Aquella puerta".
"No hay tal puerta".
"¿Puedes ver la puerta?".
"¿Es la misma puerta?".
"No se de que puerta hablas".

Carlos era reacio a hablar de ella con otras personas por miedo a ser tomado por loco, solo vaciaba sus inquietudes con aquel gato que comenzó a seguirlo cuando fue consciente de la puerta.


No tenia collar y parecía no pertenecer a nadie, siempre pernoctaba bajo la ventana de Carlos y le acompañaba en sus paseos al colegio, recorrido que pasaba frente a la puerta, pero nunca iba a otro lugar si no pasaba cerca de ella. Siempre parecía vigilar la puerta y advertir cuando se acercaba mucho a ella: maullaba fuerte, cortaba su paso e incluso en una ocasión lo rasguñó. Un par de meses atrás Carlos vio a una vecina frente a la puerta. La joven la veía de arriba a abajo, indecisa; dio un recorrido a las ruinas buscando algún otro acceso. Al no encontrar nada, abrió la puerta, se perdió en la penumbra y la puerta se cerro tras suyo. Meses después la joven sigue desaparecida. Desde entonces Carlos tomó las advertencias del gato más en serio, pues parecía saber algo que él ignoraba.

Pero una mañana el gato no apareció. No fue a la ventana a dormir en la noche y tampoco a comer en la mañana. Carlos estuvo tentado a buscarlo, pero tenia que cumplir sus deberes escolares, por lo que aplazó la búsqueda hasta el final de sus clases. En toda la mañana su mente rumiaba sobre el paradero del animal, no podía pensar en otra cosa, se preguntaba si su desaparición era un mal presagio.


Regresando a casa se desvió para buscar a la criatura. No le encontró en los mercados ni en las charcuterías, lugares comunes de los gatos callejeros. Entonces cruzó frente a la puerta y dos ideas entraron en conflicto en su mente: una decía que el gato estaba allí, la otra decía que se alejase lo más que podía de la puerta. Fue un lejano sonido, en dirección de la puerta, vagamente semejante a un maullido lo que hizo que se decidiera por la primera. Carlos se acercó, miró la puerta de arriba a abajo, reacio a entrar. Inspeccionó los alrededores buscando al gato, pero nada. Volvió a la puerta y se obligo a tomar el pomo y abrirla...


La oficina estaba fría y en penumbras, el sol apenas podía entrar al interior. Se oía el aire acondicionado y la computadora con más fuerza, también un extraño sonido de algo reptando. Un bulto negro yacía entre la luz y la oscuridad, era apenas reconocible. Carlos supuso que era el gato durmiendo, pero no se movía como tal, lo hacía de forma irregular y desagradable, como si algo se estuviera moviendo entre la piel y la carne del gato más que si estuviese respirando. Carlos se percató de un liquido negruzco que emanaba de aquel bulto, quiso acercarse para tener una mejor vista de lo que era.

Pero cuando estuvo lo suficientemente cerca del bulto, la puerta se cerró.

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